En una escena frecuentemente recordada por los más cinéfilos de La vida manda (This Happy Breed, David Lean, 1944), inspirada por una obra de teatro de Noel Coward, el protagonista señalaba a su hijo, a punto de casarse, que quizá en el futuro podría surgir la posibilidad de tener un affaire con otra mujer. “Si te ves enredado con otra persona, asegúrate que Phyllis no se entera. La proridad es tu mujer”.
La referencia a la infidelidad matrimonial en una sociedad tan marcada por los tabúes sociales como era la británica de las primeras décadas del siglo pasado llamaba la atención precisamente por hacer explícito lo que hasta la fecha había sido implícito. Las infidelidades dentro del matrimonio han sido objeto de tabú durante décadas, ya no sólo en la sociedad británica sino en cualquier parte del mundo, y por lo general, solían corresponder al hombre (aunque no únicamente) en cuanto que era el que trabajaba fuera de casa y tenía más posibilidades de mantener otra relación. Además, los hombres se beneficiaban de una sociedad en la que la mujer adúltera era mucho más penalizada y perseguida que el hombre infiel.
Sin embargo, esta concepción está cambiando. Un reciente ensayo escrito por Diane Shader Smith aseguraba que la infidelidad femenina es una tendencia en auge y que no tiene visos de detenerse en el futuro cercano. La autora, de origen judío, señalaba en su libro que las mujeres que son infieles a sus maridos –según ella, más de la mitad– pueden responder a cualquier perfil, de la abnegada madre y ama de casa a la profesional liberal que ostenta un puesto de responsabilidad. Shader Smith presenta los testimonios de catorce mujeres diferentes para ilustrar su tesis, según la cual los motivos que conducen a las mujeres a la infidelidad son muy diversos y no sólo atienden a la necesidad de obtener otro tipo de placer.
Una de ellas, Jennifer, señalaba que su relación extramatrimonial había salvado su matrimonio, ya que estaba casada con un hombre al que quería pero que no era capaz de satisfacerla sexualmente, y por ello, su infidelidad sirvió para reforzar su autoestima. Otra, Talia, achacaba al aburrimiento su comportamiento, y María se había enamorado sin remordimientos de un “hombre guapo” que la había hecho sentir feliz. En definitiva, recordaba la autora, no todas las infidelidades conducen necesariamente a un divorcio traumático, sino que en muchas ocasiones sirven para reformular las bases del matrimonio o, incluso, proporcionarle un empujón a la relación.
Las cifras detrás de la realidad
Aunque en su obra Shader Smith señala que ya el 65% de mujeres norteamericanas no son fieles a sus maridos, los datos no son aún tan alarmantes. En la última estadística publicada al respecto, en las páginas del Journal of Marital and Family, se ponía de manifiesto que la cantidad de mujeres que reconocían haber sido infieles en su matrimonio no era superior al 14%, una cifra que aumentaba hasta el 22% en el caso de los hombres. Sin contar, claro está, con aquellos que han cometido una infidelidad y no se muestran dispuestos a confesarlo, lo que haría aumentar la estadística mucho más. En ese sentido, los datos que demuestran que más de la mitad de encuestados afirman haber sido infieles a su pareja (un 54% para ellas, un 57% para ellos) resultan especialmente significativos. ¿Qué marca la diferencia en la mayor parte de ocasiones? La posibilidad de ser pillados: aproximadamente tres de cada cuatro entrevistados (74% de los hombres, 68% de las mujeres) afirmaban que pondrían los cuernos a su pareja si supiesen a ciencia cierta que no iban a ser descubiertos, lo que sugiere que, en muchos casos, no es la convicción interna la que nos conduce a mantenernos fieles, sino el miedo a las potenciales consecuencias.
En otro, como no podía ser de otra forma, polémico libro, Michelle Langley ha detallado, a partir de su propia experiencia personal y de sus años dedicada a la terapia de pareja, lo que suele conducir a las mujeres a las infidelidad. Bajo el título de Women’s Infidelity. Living in Limbo (McCarlan), Langley defiende que la mayor partes de affaires encuentran su razón primigenia en las “distorsionadas y erróneas creencias sociales que se manejan sobre las mujeres”, y que seguirán aumentando hasta que entendamos lo que conduce al género femenino a cometer este tipo de infidelidades. De hecho, señala la autora, muchos hombres divorciados no llegan a saber de las relaciones de sus esposas que, en muchos casos, son las primeras sorprendidas de su propia infidelidad.
¿Cuáles suelen ser los pasos de este proceso? En primer lugar, lo que ocurre es una pérdida del deseo sexual, que conduce no sólo a no mantener relaciones frecuentes con sus parejas, sino directamente a evitar todo contacto sexual. Incluso, atendiendo a su experiencia, Langley señala que muchas veces las esposas destinadas a la infidelidad se sienten “violadas” por sus maridos o ven el sexo como un trabajo o una obligación más. En la siguiente fase, recuperan ese deseo perdido a través del encuentro con un nuevo amante, aunque su relación no sea más que platónica en primera instancia. ¿El resultado? Langley señala que, por lo general, se trata del nacimiento de un sentimiento de culpa que las lleva a culpar a sus maridos de su deseo por otros hombres, ya que o bien “no es capaz de darme lo que necesito”, o bien “debido a aquello que hizo no puedo sentir deseo por él”. Según este razonamiento, determinadas confrontaciones en la pareja se ocasionarían como resultado de esta autojustificación de las mujeres, que saben que no están haciendo lo en teoría correcto y necesitan explicarse a sí mismas de alguna manera que las exima de tener toda la responsabilidad.
El principio del fin
En este punto, los caminos se separan: las mujeres penetran en ese “limbo” al que Langley se refiere en el título. La mujer puede elegir entre seguir adelante con su nuevo affaire y renunciar a su pareja anterior, o todo lo contrario, recapacitar y volver a la casilla de salida. Incluso puede no hacer nada e intentar jugar con dos barajas hasta que sea posible, lo que termina mal en la mayor parte de las ocasiones. Langley señala que es “inútil” que en este punto los maridos intenten solucionar la situación comportándose de manera más generosa con sus mujeres, ya que estas son “adictas a los componentes químicos cerebrales que su nueva pareja les ayuda a liberar”, un enemigo muy difícil de combatir. En la última etapa es donde cada mujer cosecha lo que ha sembrado: Langley señala que muchas muestran remordimientos por el daño que pueden haber causado a sus esposos e hijos, pero que era más frecuente encontrar sentimientos positivos entre las mujeres que se acababan de divorciar y comenzaban una nueva relación con su amante que entre aquellas que llevaban años con su segunda pareja y que se mostraban “reacias” a expresar su opinión.
Sin embargo, ya desde los años cincuenta se ha intentado averiguar qué conduce a uno y otro sexo a no ser fieles, generalmente atendiendo a motivaciones muy diferentes dependiendo del género. Tradicionalmente se habían aducido motivos vinculados con la posición social de la mujeres, como por ejemplo, que estas necesitan reforzar su papel social a través del engaño, obtener una inyección de autoestima o jugar el papel de “chica mala” contrapuesto al de la “chica buena” que le toca desempeñar en el hogar o como venganza. Motivaciones que han sido matizadas con el paso del tiempo ya que responderían a visiones tradicionales sobre las féminas, y vinculadas a un hipotético papel secundario, relegado al del hombre.
En esa línea se encuentra un estudio publicado por David A. Ward y Wendy L. Beck en las páginas del Journal of Social Psychology, en el que se señalaba que las mujeres están menos inclinadas a la infidelidad porque han sido educadas para ello. Por esa razón, se ha considerado durante mucho tiempo que la mujer infiel no podía serlo simplemente por el puro placer, sino que su actuación implicaría un pulso al sistema impuesto. Sin embargo, cuando la sociedad cambia y las mujeres son educadas de diferentes maneras, las preguntas han de ser a la fuerza otras diferentes. En ese sentido, la mayor libertad de las mujeres iría de la mano de una mayor disposición a las infidelidades que, de esa manera, se equipararían cada vez más a los hombres. Otras opiniones manifiestan que, en realidad, no es que las mujeres sean infieles con más frecuencia ahora que antes, sino que simplemente ahora salen a la luz un mayor número de estos casos. Por su parte, Ian Kerner, un periodista de The New York Times especializado en relaciones personales, añadía que internet ha disparado el número de posibilidades de que una mujer sea infiel, ya que es un canal ideal para recibir todo tipo de proposiciones indecentes con muy poco riesgo de ser descubiertas. Los tiempos parecen estar cambiando en una dirección que no parece deparar noticias muy positivas para el género masculino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario